Valeria

Profesora universitaria, 48 años, casada desde hacía 16 años.

Me comentó en nuestra primera sesión que era una persona abierta, estable y feliz en la relación con su marido, salvo que tenía un gran sentimiento de culpabilidad al no poder tener relaciones sexuales completas. Su pareja, me dijo, era un hombre muy sensible y empático con su problema, habiendo estado siempre a su lado en la búsqueda imparable de las soluciones, en las visitas a psicólogos y sexólogos. A pesar de todo el peregrinaje, no había conseguido solucionar su afectación.

En las primeras sesiones estuvo tensa, pero el deseo de una solución definitiva la ayudó a irse relajando. Estuvimos viéndonos cada semana durante dos meses, logrando poco a poco una relación de confianza hacia mi y el tratamiento, y así llegamos a una resolución totalmente satisfactoria. ¡Estaba muy feliz!

– Bien, cuando quieras puedes iniciarte en tu nueva faceta – le dije, tras alguna que otra recomendación para su primera vez.

Durante tres semanas más fue viniendo cada lunes por la tarde, y con una sonrisa me decía:
– Pilar, ¡es que tenemos mucho trabajo mi marido y yo y no hemos hecho los deberes!
– No pasa nada – le contestaba yo – todo llega a su debido tiempo.

Hasta que un día, al ir a buscarla a la sala de espera de la clínica y preguntarle:
– ¿Qué tal tu semana?
Mientras íbamos andando hacia la salita de tratamiento, escuché su voz que me decía:
– ¡Nada más te diré que hoy he recibido un ramo de flores en mi trabajo!

Mi giro hacia ella fue súbito y nuestras sonrisas se convirtieron en un abrazo antes de entrar.